sábado, 26 de mayo de 2012

Cajas, cajas, cajas...


     Trabajo en un almacén metiendo cosas en cajas. A ojos del profano puede parecer un trabajo sencillo, simplón, e incluso pueril. Pero nada más lejos de la realidad, porque en el almacén en el que yo trabajo tenemos varios tamaños de cajas, y un sinfín  de tamaños de cosas, lo cual lo complica todo y de que manera.

     Cuando uno trabaja en mi almacén tiene que tener el cerebro constantemente en funcionamiento, ocupado en discernir que caja es la más apropiada para cada objeto. Muchos se empeñan en meter en la caja un chisme demasiado  grande, con el consiguiente desperdicio de tiempo y energías, hasta que vencidos por la evidencia, desisten y cogen una caja mayor. Otros por el contrario eligen cajas demasiado grandes para el cachivache con el consiguiente desperdicio de caja (como veis para ser un simple mozo de almacén conozco muchos sinónimos de “cosa”, lástima que exista una sola palabra para “caja”), ni que decir tiene que esta decisión va en contra de la política medioambiental de la empresa. Solo los mejores (en realidad solo yo, pero no quiero parecer un engreído) escogemos siempre la caja más adecuada.

     Pero incluso a los mejores la jornada laboral nos depara retos: a veces los trastos son mayores que la mayor de las cajas. Muchos ante tamaño desafío tirarían la toalla, presentarían la dimisión, e irían a sus casas a llorar desconsolados por su fracaso. Pero otros, los de sin duda mayor valía, los que nos crecemos ante la adversidad, cogemos el toro por los cuernos, miramos de hito a hito al mamotreto, y lo envolvemos en plástico de burbuja, que pa eso está, coño.

     Cuando uno tiene un empleo que exige tamaña entrega intelectual a veces es inevitable llevarse el trabajo a casa, muchos días incluso sigo trabajando mientras duermo. El otro día el sueño se tornó pesadilla. Soñé que además de tener diferentes tamaños, los bártulos y las cajas tenían diferentes colores, y por colores las tenía que clasificar. Mi yo onírico toma entonces conciencia de que la empresa encomendada es imposible para un ser humano normal, tal vez algún ser mitad superhéroe mitad robot fuese capaz, quedando paralizado por el pánico, y como por arte de magia vuelvo a ser un niño pequeño al que atosigan para que inserte las piezas de un extraño e inquietante juguete: “Venga chiquitín, ahora mete el triangulo verde en su sitio”. A lo que respondo angustiado entre gritos y llantos: “¿En qué quedamos, el triangulo o el verde? ¡Dejadme en paz! ¡Acaso no veis que solo soy un niño!”. Entonces despierto bañado en sudor y compruebo aliviado que todo ha sido una pesadilla, y que no vuelvo a ser ese niño de quince años con unos padres demasiado exigentes.

     En ocasiones envidio a la gente que solo tiene que diseñar, fabricar, transportar, o vender los chirimbolos. Envidio su vida alegre y despreocupada, ajena por completo a la problemática de las dimensiones de las cajas. En otras ocasiones fantaseo con matar, pero el doctor dice que si continuo con el tratamiento estas fantasías irán remitiendo, por su bien espero que esté en lo cierto.

     Ahora os tengo que dejar, que alguien o algo ha metido un mechero en mi bolsillo y esa pila de cajas de la esquina insiste una y otra vez en que la queme.


No hay comentarios:

Publicar un comentario